Los IBP (como omeprazol, pantoprazol o esomeprazol) son medicamentos muy utilizados para tratar el reflujo y otros problemas digestivos. Aunque pueden ser eficaces a corto plazo, su uso prolongado sin supervisión médica puede acarrear riesgos importantes para la salud. En esta entrada exploramos por qué es necesario revisar su uso y qué alternativas existen para abordar el reflujo de forma más completa.
El problema de su uso indiscriminado:
No solo las personas con gastritis o reflujo utilizan fármacos que modifican el ácido del estómago. En este grupo encontramos antiácidos (como Almax), antagonistas H2 (como la famotidina) e inhibidores de la bomba de protones o IBP (como omeprazol, pantoprazol, etc.). Todos reducen la acidez estomacal, aunque con diferentes mecanismos e intensidad.
Muchos siguen pensando que estos fármacos “protegen” el estómago o ayudan a digerir comidas copiosas. Sin embargo, su consumo rutinario o sin supervisión médica puede tener consecuencias importantes, especialmente si se mantienen en el tiempo.
Errores comunes en el consumo de antiácidos:
Tomarlos después de una comida pesada para “mejorar” la digestión.
Usarlos de forma preventiva antes de una comida abundante.
Consumirlos por una molestia puntual sin gravedad.
Utilizarlos sin indicación médica para síntomas leves de acidez.
Mantenerlos durante meses o años sin revisión, como “tratamiento” habitual del reflujo o la gastritis.
Es importante recordar: no son protectores del estómago, son fármacos. Y como tal, su uso debería estar claramente indicado, limitado en el tiempo y supervisado por un profesional.
El uso prolongado de medicamentos que suprimen la acidez gástrica puede alterar funciones clave del sistema digestivo. Entre los problemas más documentados:
Vitamina B12:
Su absorción requiere ácido para liberarse de los alimentos. El déficit de B12 puede provocar anemia, fatiga, trastornos neurológicos y deterioro cognitivo.
Magnesio:
Su deficiencia puede producir hipomagnesemia, lo que puede dar lugar a calambres, arritmias, convulsiones y, en casos graves, necesidad de interrumpir el fármaco.
Hierro:
El ácido estomacal ayuda a transformar el hierro dietético en una forma absorbible. Su déficit puede derivar en anemia ferropénica.
Calcio:
Una acidez reducida disminuye su absorción. Esto puede comprometer la salud ósea y aumentar el riesgo de fracturas y osteoporosis.
El ácido gástrico actúa como una barrera natural frente a patógenos ingeridos. Al reducir esta defensa:
Aumenta el riesgo de infecciones gastrointestinales (como Clostridium difficile).
Se ha asociado a mayor riesgo de neumonía y otras infecciones respiratorias.
La supresión crónica del ácido gástrico puede alterar la microbiota del sistema digestivo, favoreciendo desequilibrios que se manifiestan como hinchazón, gases o digestiones lentas.
Uno de los efectos más preocupantes es el desarrollo del Síndrome de Sobrecrecimiento Bacteriano en el Intestino Delgado (SIBO), una condición caracterizada por una proliferación anormal de bacterias en una zona del intestino donde normalmente su presencia es muy limitada.
¿Por qué puede ocurrir esto?
La acidificación del estómago cumple un papel “esterilizante” natural, impidiendo que las bacterias ingeridas proliferen en exceso cuando los alimentos pasan al intestino.
Al reducir la acidez con IBP u otros antiácidos, se pierde este control, facilitando el crecimiento bacteriano en zonas donde no corresponde.
Además, el uso de estos fármacos puede afectar la motilidad intestinal, otro factor que predispone al desarrollo de SIBO.
El resultado: muchas personas que toman estos medicamentos de forma continuada por gastritis o reflujo, acaban desarrollando síntomas nuevos como distensión abdominal, gases, diarrea o intolerancias alimentarias, sin saber que pueden estar relacionados con un SIBO secundario.
Por eso, aunque estos fármacos puedan tener un papel puntual (por ejemplo, en una gastritis aguda), deberían usarse con una duración limitada, bajo indicación clara y con un plan bien definido para su retirada progresiva. De lo contrario, se corre el riesgo de cronificar el problema digestivo o generar nuevas complicaciones que afecten al resto del sistema digestivo.
Además, es importante destacar que en la mayoría de los casos no se acompaña su prescripción con recomendaciones complementarias para reparar la mucosa, mejorar la función gástrica o prevenir efectos rebote, lo que termina provocando una dependencia innecesaria y prolongada.
Un bajo nivel de ácido dificulta la descomposición completa de las proteínas alimentarias. Esto puede hacer que fragmentos más grandes lleguen al intestino y activen el sistema inmune de forma inapropiada, favoreciendo reacciones adversas a los alimentos.
Pólipos gástricos (benignos, pero indicativos de alteración del entorno ácido).
Neuropatías, deterioro cognitivo o incluso demencia en algunos estudios observacionales.
Insuficiencia renal crónica, aunque aún se investiga su relación causal.
Riesgo cardiovascular elevado en determinados perfiles.
¿Están siempre mal indicados?
No. Hay contextos clínicos en los que los IBP son necesarios, como:
Úlceras gástricas o duodenales.
Esofagitis erosiva grave.
Esófago de Barrett.
Infección por Helicobacter pylori (en combinación con antibióticos).
Síndrome de Zollinger-Ellison (hipersecreción ácida).
Uso crónico de AINEs en pacientes de riesgo.
Sin embargo, en muchos otros casos (pirosis leve, dispepsia funcional, molestias digestivas sin daño estructural), el tratamiento debería ser reevaluado y enfocado desde un abordaje más global.
¿Qué podemos hacer entonces?
El mensaje no es alarmar, sino informar para tomar decisiones más conscientes.
La automedicación con este tipo de fármacos no es recomendable.
Cualquier tratamiento prolongado debe ser revisado periódicamente por un profesional.
Existen alternativas complementarias (mejoras en hábitos, dieta, suplementación puntual, etc.) que pueden reducir la necesidad de estos fármacos.
Si se considera necesario retirar el tratamiento, esta retirada debe ser progresiva y supervisada, ya que pueden producirse efectos rebote si se hace de forma brusca.
Conclusión
Los inhibidores de la bomba de protones y otros fármacos antiácidos pueden aliviar los síntomas de forma puntual, pero no son la solución definitiva al reflujo o la gastritis en la mayoría de los casos. Su uso crónico, sin revisar, puede alterar funciones digestivas clave y conllevar riesgos para la salud general.
La clave está en abordar las causas del problema digestivo y no solo silenciar sus síntomas. Recuperar la función digestiva, mejorar hábitos, apoyar la regeneración del estómago y trabajar sobre el entorno digestivo completo es un enfoque más sostenible y seguro.
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