Uno de los mitos más extendidos (y desactualizados) sobre el reflujo es que no se puede hacer ejercicio intenso o practicar deportes de fuerza.
Desde mi experiencia personal y profesional, este es uno de los mayores errores que se siguen repitiendo.
Si tienes reflujo, moverte es clave… pero no de cualquier forma.
Las personas que hacen ejercicio regularmente pueden reducir su riesgo de reflujo hasta en un 72% según algunos estudios.
Pero cuidado: lo importante es adaptarlo a tu caso y progresar poco a poco.
Lo que sí está claro es que la recuperación y la salud no son posibles sin actividad física.
1. Digestión:
Si entrenas a primera hora, hazlo en ayunas o come algo fácil de digerir.
Si tu entrenamiento es más exigente, deja varias horas para completar la digestión antes de empezar.
2. Hidratación:
Bebe pequeños sorbos de agua en lugar de grandes cantidades antes, durante y después del ejercicio.
Beber mucho de golpe puede aumentar la presión abdominal y empeorar el reflujo.
3. Suplementación:
Evita preentrenos con cafeína o bebidas carbonatadas.
Algunos ingredientes pueden relajar el EEI (esfínter esofágico inferior) y favorecer el reflujo.
También los carbohidratos simples durante el ejercicio pueden aumentar los síntomas en momentos de sensibilidad.
4. Relájate tras el ejercicio:
Espera un poco antes de comer después de entrenar.
Dale tiempo al sistema nervioso para bajar revoluciones antes de ingerir alimentos.
5. Ve a tu ritmo:
Empieza con ejercicio moderado como caminar, yoga o movilidad.
Aumentar solo 1000 pasos al día ya se ha relacionado con menor prevalencia de reflujo.
6. Si tienes síntomas agudos:
Evita ejercicios con mucha flexión abdominal, presión intraabdominal o impacto.
Abdominales clásicos, pesas o running pueden aumentar los síntomas si no estás en fase estable.
Escucha a tu cuerpo y ajusta la intensidad según tu estado.
No hay una única solución para todos. Lo importante es individualizar.
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